Saga Auras

Adelanto

Bueno esto que vais a leer es un adelanto de la novela que estoy escribiendo. Aquí tenéis.

Isaac había llevado a cabo un viaje tremendamente largo, incluso para un lobo como él, era demasiado, siguiendo cientos de pistas que parecían no conducir a ninguna parte. La última indicación que recibió no fue precisamente clara, pero sin lugar a dudas era la única que realmente le sirvió de algo en su búsqueda. ¡Y menos mal que fue así!, porque se prometió a si mismo que la próxima persona que no le diese información útil, haría las veces como merienda de Rowling, aunque no estaba muy seguro de que a su animus le hubiese hecho mucha gracia tener que comerse a un ermitaño huesudo y desaliñado como aquel.

El chico estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de donde se hallaba. La entrada del bosque era precisamente como la había descrito el anciano. Se lo había dicho muy claramente a Isaac, dudaba que se le fueran a olvidar esas palabras: “Si… Un bosque… Recuerdo un bosque con cientos de árboles desnudos, ni una sola hoja asomaba en sus ramas. Sus troncos eran grises como la piel de un lagarto y sus caminos eran tristes, muy solitarios.”, y luego estaba eso otro, aquella horrible sensación que el anciano le había señalado al detalle: “Cuando estuve allí lo empecé a notar en el mismo momento en el que pisé sus negras tierras. Fue como si toda esperanza abandonara mi cuerpo, la alegría, las fuerzas. Ese sitio te empuja a la muerte joven, yo de ti no me internaría en ese oscuro bosque. Lo que verás allí no te lo podrías imaginar ni en tus peores pesadillas.” En aquel momento pensaba que el anciano estaba exagerando, pero no tardó en darse cuenta de que tenía toda la razón. Era como si algo estuviese chupándole la vida al bosque y a todas las criaturas que lo habitaban. Tenía miedo, no sabía que era lo que le esperaba allí, pero según el anciano aquella cosa no se parecía en nada a su pequeño oso de peluche Porky.

  • No puede ser tan terrible – dijo hablando consigo.

Fue entonces cuando reparó en las cuatro columnas de luz que ascendían verticalmente. Hasta entonces no se había percatado de que la única que luz que iluminaba el bosque salía allí, pero no era una luz clara y pura, era un resplandor negro, y al igual que todo lo que había alrededor daba la sensación de estar muriéndose. Estaba claro que venían de algún lugar bosque adentro. “Ojalá estuvieras aquí, Jul” pensó Isaac. Si su hermana estuviese allí seguramente tendría un plan, él nunca lo reconocería, pero ella era la estratega, la que se paraba a pensar una forma de guiar a los demás y él era el lanzado, un líder que había metido la pata demasiadas veces, pero había cambiado. Quizá dejar la academia fue una estupidez, pero sentía la necesidad de hacerlo, ¿Cómo sino iba a salvar a Ariadna, la única persona que conseguía mantenerlo anclado a la luz? Le había costado mucho tiempo darse cuenta, muchísimo más aun, admitirlo, siempre le dio miedo aceptar ese tipo de cosas, pero cuando se la llevaron se dio cuenta por fin. No iba a dejar que le hiciesen daño a una de las personas más importantes para él: a la persona de la que estaba enamorado.

Avanzó sin pensar y nada más poner un pie en el camino que atravesaba el bosque, todas sus fuerzas se desvanecieron y fueron sustituidas por pesar. Oía ruidos extraños, y en más de una ocasión le pareció percibir el crujido de una rama al romperse tras de sí, como si alguien lo estuviese siguiendo. No tardó mucho tiempo en encontrarse con la criatura. “Ten cuidado con sus telas” le había dicho el viejo. “Perfecto ­- pensó Isaac -, tendré que enfrentarme a una araña gigante o una ancianita con agujas de punto.” No sabía cuál de las opciones le incomodaba más. Bajo el arrope de las sombras las facciones de Isaac no se dejaban ver bien, su pelo zanahoria y sus ojos verde mar daban un ápice de color y alegría que nada tenía que ver con la amargura que transmitía aquel oscuro bosque, pero por lo demás podría haber sido cualquiera. Sus graciosas pecas quedaban ocultas en la oscuridad y su tez blanca era prácticamente una silueta más en aquella congregación de árboles muertos. Si alguien conocido lo hubiese encontrado en aquel lugar seguramente le hubiese atacado pensando que era un extraño. Isaac no quería eso, ya tenía suficiente con la cicatriz de su sien izquierda, donde a pesar de estar cubierta con una espesa mata de cabello pelirrojo, se seguía viendo sin ningún problema. En aquel momento cualquier bestia podría haberlo atacado y Isaac no la habría visto, la oscuridad era tan densa allí que su campo de visión se limitaba a dos metros por delante de él. No sabía cuánto bosque habría recorrido ya, pero cuando se giró para comprobarlo no fue capaz de ver la salida.

De repente oyó un grito lejano, un grito de puro sufrimiento, y estaba seguro de que le resultaba muy familiar. No era un sufrimiento como cuando te cortas, no era ese tipo de dolor el que transmitía el grito, era algo mucho peor.

  • – sin pensarlo echó a correr siguiendo el sonido.

No paraba de gritar su nombre, sabía que eso solo empeoraría las cosas, pero no podía controlarse, estaba asustado. Durante su viaje había sido engañado, le habían tendido emboscadas, había recibido innumerables palizas y había seguido montones incesables de pistas falsas, pero esta vez, por fin había dado con su paradero.

  • ¡Ariadna! – gritaba una y otra vez –. Ariadna ¿Dónde estás?

Antes de recibir respuesta, algo se enredó alrededor de sus piernas, derribándolo en el acto. No sabía que estaba pasando hasta que miro hacia abajo. Enredada en sus tobillos había una gigantesca cuerda. Se acercó para ver mejor, entonces se quedó pasmado, no era cuerda lo que lo retenía era una resistente tela de araña blanca. Había ido directo a la trampa de la tejedora. El anciano le había advertido lo peligroso que sería adentrarse en el bosque, tendría que ir con cuidado, pero lo había echado todo por tierra al gritar. Se había enredado él solito y sin ayuda en la tela de la araña. Si su amigo Scott hubiese estado allí seguro que habría encontrado una forma de lidiar con el problema, él siempre tenía una respuesta sabia. Después de todo él era un descendiente de Kalen, uno de los tres primeros y el más sabio.

De repente el bosque entero pareció volverse más oscuro. Todo pareció morirse más deprisa. La energía de Isaac comenzó a decaer desenfrenadamente, como si le hubiera dado un terrible bajón de azúcar.

  • Por fin has llegado, joven aura. – la voz de la araña era un sonido como metal chocando contra metal. – Te he esperado por mucho, la joven no para de decirlo en sueños. – La araña comenzó a imitar la voz de Ariadna – “Isaac, ¿dónde estás, Isaac?”. Cuando le pregunté me dijo que no vendrías, que ella no quería que lo hicieras, y que te lo dijo. Veo que no le hiciste demasiado caso.

Isaac se la quedó mirando con repugnancia, recordaba perfectamente que Ariadna le había pedido que no la buscase, pero no podía dejarla, y en el fondo ella también lo sabía. La araña siguió hablando:

  • Yo se lo decía a menudo, el joven vendrá, no te dejará sola. Es lo que tiene el amor humano, es débil. – soltó una carcajada y miró a Isaac, como intentando descifrar sus pensamientos.
  • Usted no sabe nada sobre… – ella lo interrumpió.
  • ¿Sobre qué? ¿Sobre el amor? O joven aura no me digas que aún no te has dado cuenta ¡Es obvio! Hasta yo, una araña que ni siente ni padece he podido ver que está perdidamente enamorada de ti.

Al chico le entraron ganas de desenvainar sus cuchillos y rebanarle la cabeza, pero sabía que no podía. Por otra parte, lo que había dicho sobre los sentimientos de Ariadna… ¿Sería verdad? Nunca había llegado a dudar realmente hasta ese momento ¿Ella lo amaba? Si de verdad era así, si de verdad estaba enamorada de él ¿Por qué no se lo había dicho? Ella era su mejor amiga. Entonces recordó algo de la noche que discutieron, la noche que desapareció: “Oh Isaac ¡por las auras más grandes! ¡¿Cómo puedes no darte cuenta?! ¿Es qué necesitas que te dibuje un esquema para explicártelo?” y después de eso se fue. Ahora las cosas empezaban a cobrar sentido, por qué los últimos meses había estado tan distante con él, por qué cuando la abraza o le cogía la mano ella se ruborizaba, esas eran cosas que solo con ella se atrevía a hacer. Era con la única chica -aparte de su hermana- con la que se sentía cómodo. Y de repente todas las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. Y ahora sabía por qué, ahora tenía la certeza de ella lo amaba a él tanto como él la amaba a ella, y no iba a dejar que una estúpida araña le impidiese recuperarla. Pensó en las opciones que tenía, si la mataba le sería prácticamente imposible encontrar a Ariadna él solo, sin embargo, si intentaba engañar a la araña… Con total seguridad sería desarmado, pero ¿Y si intentaba…? “No” se dijo “la última vez las cosas no salieron nada bien…”. Pero esta vez estaría con ella, si pudiese invocarlo, si consiguiera que Serbal accediera… “Solo tu corazón determinará vuestra naturaleza, ese es vuestro mayor poder, y vuestro mayor peligro.” le había dicho su maestro una vez.

Nunca había intentado fundirse con Serbal, era demasiado peligroso invocarlo y seguía siendo peligroso en aquel momento, pero tenía que intentarlo. Si el plan fallaba moriría junto con Ariadna, porque nunca se pondría del lado de las sombras, eso lo tenía más que decidido. No podía hacer otra cosa, una vez le dijeron que debía buscar su ancla y ahora le iban a llevar junto a ella. Si algún momento en su vida tenía que ser decisivo estaba seguro de que era aquel. Desenvainó sus cuchillos -dos dagas con treinta centímetros de hoja cada una- y la araña se puso alerta, entonces las tiró al suelo y la criatura se quedó perpleja.

  • Has elegido bien guerrero.
  • Si… eso espero. – La araña envolvió sus muñecas de tela hasta los codos, pero como era de esperar sus manos quedaron libres.

Anduvieron por lo que parecieron horas. La araña lo llevó por sinuosos caminos, obligándolo a esquivar ramas y a atravesar arbustos llenos de espinas. Para cuando llegaron al oscuro claro situado ante el lago la cara de Isaac estaba teñida de rojo debido a los arañazos. Al salir del bosque fue como si sus pulmones de inundaran de aire fresco, pero la sensación no duró mucho tiempo. Ante sus ojos se extendía un gran lago, pero sus aguas no eran para nada cristalinas como debían ser en un lago normal. Al igual que todo en aquel lugar, parecía muerto, marchito. Pero había algo que no encajaba, como si una vida alegre y sana estuviese luchando por sobrevivir, y así era, Ariadna estaba a la orilla del lago sin llegar a mojarse: parecía estar suspendida sobre el agua. Su pelo cobrizo se estaba volviendo gris a una velocidad desmedida y su aura estaba cada vez más débil. Un sentimiento de ira recorrió a Isaac de arriba abajo. “Van a pagarlo caro” pensó. Avanzó hacia ella automáticamente, y aunque la araña no le había dado permiso no lo detuvo.

Las cadenas estaban hechas de algún tipo de metal negro. Un brillo morado rodeaba cada una de ellas. Isaac no sabía cómo podría sacarla de aquel aprieto, se estaba devanando los sesos cuando la araña chasqueó los dedos y los grilletes que sostenían a Ariadna la soltaron. El chico se quedó pasmado, aquel monstruo tenía que subestimarlo mucho para haber hecho eso, acababa de firmar su sentencia de muerte. Se concentró en Ariadna, que había caído justo en el límite del agua, estaba a punto de mojarse cuando Isaac la arrastró hacia sí.

  • Oooh, el amor – dijo la araña con regocijo –. Es una pena que vayáis a morir sin haberos besado siquiera.

Isaac lo ignoró, estaba demasiado afectado mirando a su amiga. Estaba pálida y tenía la piel muy fría. El color cobrizo de su cabello casi había desparecido, y sus ojos, normalmente verdes como la espuma del mar se habían vuelto de un frío azul. “Ariadna, que te han hecho” Isaac intentó no sollozar al pensarlo, pero fue inútil. Algo que hizo que la araña se tronchara de risa. ¿Cómo podían haber hecho algo así? Intentar robarle la vida a una persona. Las cosas estaban empezando a ponerse serías de verdad, y en ese momento Isaac se dio cuenta de donde estaba, de en qué estaba metido, de lo que significaba de verdad ser un aura. La guerra que se aproximaba no iba a ser nada fácil, no con enemigos como aquellos. Si esa cosa, por muy fuerte que fuera podía arrebatarle la vida a un bosque entero ¿Qué le iba a impedir arrebatársela al resto del mundo? Isaac tenía la respuesta: él iba a impedírselo. Se inclinó y le dio un beso en la frente a Ariadna. ¿Fue la imaginación de Isaac o por un momento el color volvió a su cara? No tenía tiempo de averiguarlo, se levantó y se puso frente a frente con la araña. Esta se echó a reír.

  • ¿Qué crees que haces pequeña aura? ¿Crees que puedes vencerme? Ni con las manos libres tendrías la más mínima posibilidad contra mí.

Isaac no la escuchaba, estaba avanzando lentamente contra ella. Toda la ira que sentía, la frustración, la confusión y el dolor que había sentido desde que despertó por fin se habían ido. Todo ello le dio fuerzas, sus ojos se tornaron de un blanco azulado brillante, el más brillante que hubiese visto jamás, y por sus venas comenzó a correr un fluido de ese mismo color. Como si se trataran de un trozo de papel, separó las manos y rompió sus ataduras. Por un momento, el rostro de la araña reflejó el miedo que empezaba a sentir.

  • ¡Quédate donde estás, aura! O te las verás conmigo. – en esta última frase su voz flaqueó.

El chico siguió acercándose como si nada. Estaba a treinta metros de la araña, veinticinco, veinte, quince metros… entonces se detuvo.

  • Vas a pagar por esto, sucia criatura patizamba.

Se quedó perpleja, parece ser que no mucha gente se atrevía a decirle ese tipo de cosas, y seguramente los que se hubiesen atrevido habrían acabado en sus entrañas, pero esa vez no iba a ser así.

  • ¿Cómo te atreves a dirigirte a mí de ese modo? ¡Soy nada menos que Viuda, reina de los arácnidos!
  • Pues bien, Viuda ¡Prepárate para morir!

En la orilla del lago, Ariadna comenzó a despertarse, estaba empezando a recuperar su color normal. Ninguno de los otros dos pareció darse cuenta de que recuperaba la conciencia. Se quedó mirando expectante el duelo. Isaac estaba en pie entre ella y Viuda, protegiéndola de la gran araña. Ariadna se concentró todo lo posible en intentar escuchar lo que decía Isaac:

  • … durante mucho tiempo no supe quién era. La gente me decía que mi poder me llevaría por un camino o por otro, los lobos son impredecibles. Pero que solo mi corazón podría dictar mi verdadero camino. – estaba impresionante allí de pie, haciendo frente a uno de los monstruos más poderosos del reino de las sombras. – Tu intentaste arrebatarme a alguien. Alguien que me importa mucho, alguien a quien amo.

Esas últimas palabras comenzaron a dar vueltas en la cabeza de Ariadna. No podía creer lo acababa de oír. Llevaba enamorada de Isaac en secreto desde que lo conoció, y ahora se enteraba de que él también la amaba. No sabía si gritar, reír o llorar. Lo único que fue capaz de decir fue: “Yo también te amo”, pero dudó que él pudiera escucharla.

  • Bien joven lobo, intenta matarme. Invoca tu aura para que se vuelva contra ti y contra todos los que quieres como pasó la última vez.

Si aquellas palabras debían hacer retroceder a Isaac, no causaron el efecto deseado. De hecho, lo único que Viuda consiguió fue avivar las ganas de acabar con ella que el chico ya tenía. Había llegado el momento, no quería esperar más, quería callarle la boca a esa bestia y volver con su familia. Instintivamente levantó su brazo derecho; bajo su muñeca brillaba un triskelión azul, la marca de las auras. Antes de que la araña pudiese reaccionar, Isaac gritó, pero no fue un grito al hazar, era un nombre: Serbal. Un fluido blanquecino salió de la palma de la mano del chico y un lobo color blanco azulado brillante formado enteramente por luz se materializó ante ellos. Por el momento la cosa iba bien, Serbal no se había materializado como un enorme lobo gris, lo que hacía pensar a Isaac que por fin se había ganado su respeto. La araña tuvo tiempo de mirarlo un segundo, antes de que las fauces del animal desgarraran su cuello.

Isaac no fue capaz de reaccionar, la escena lo había dejado perplejo. Sí, Serbal había atacado a la araña, de hecho, la había matado, pero no sabía lo que podría suceder a continuación, eran tantas las opciones… El chico tenía miedo, pero no miedo por él, sino por ella. Temía que se volviese y atacara a Ariadna, que estaba indefensa en la hierba. El animal estaba quieto encima del cuerpo sin vida de Viuda, y ante la duda decidió acercarse y hablar con él.

  • Serbal… yo…

<< Lo has hecho muy bien, Isaac >> le dijo el lobo telepáticamente.

Él no se esperaba esa respuesta para nada. No se hubiese sorprendido si el lobo habría girado y le hubiese desgarrado a él también la garganta, pero lo que pasó lo dejó perplejo.

  • Entonces… Me he… ¿Me he ganado tu respeto?

<< Siempre has tenido mi respeto, después de todo soy parte de ti, pero si te hace sentir mejor, sí. Estoy orgulloso de ser tú. >> Isaac acarició su cara y el lobo se desvaneció. La luz volvió a la palma de la mano del chico y sus ojos y venas volvieron a su estado normal.

Isaac estaba absorto en sus pensamientos cuando se acordó de Ariadna, pero antes de que pudiese darse la vuelta su voz lo paralizó.

  • Eso ha sido realmente impresionante. – le costaba hablar. – No me hubiese gustado perderme este momento.
  • ¡Ariadna! – Isaac corrió hacia ella y le rodeó la cintura con un brazo. – ¿Qué haces de pie? Estás muy débil, no deberías hacer esfuerzos.

Pese a la poca luz que había, notó que la joven se ruborizó cuando la rodeó con el brazo, lo que hizo que a él se le pusieran las orejas coloradas.

  • Oh vamos, ¿Me lo estás diciendo enserio? De alguna manera tendremos que salir de este lugar.
  • No mientras estés herida. – Isaac parecía realmente preocupado.
  • Está bien, sentémonos entonces.

El chico la posó con cuidado sobre la hierba, que estaba recuperando su color natural. Estaba agotado, pero el simple hecho de estar junto a ella, junto a la mujer que amaba, le daba fuerzas para hacer cualquier cosa. Se sentó junto ella, sin dejar de rodearla con el brazo.

  • Esto… Isaac… – la chica había vuelto a ponerse roja, y el joven se imaginó el tema que estaban a punto de abordar – sobre lo que le has dicho a Viuda antes de desgarrarle la garganta y eso…

El chico se puso rojo como un tomate. Nunca se le habían dado bien estas cosas, pero había llegado el momento y el no deseaba nada más que estar con Ariadna. Sabía perfectamente a que parte de la conversación se estaba refiriendo.

  • Vaya… pensaba que estabas inconsciente cuando hablaba con Viuda – dijo con calma -. Pero ya veo que no.

Le lanzó una mirada pícara, a la que ella respondió con una dulce carcajada. No hicieron falta más palabras, estaba todo dicho. Se conocían desde hacía mucho tiempo y sabían la verdad, estaban loquitos el uno por el otro. Como si lo hubiese hecho un millón de veces, Isaac posó su mano sobre la mejilla de Ariadna, se tomó su tiempo para acariciarla suavemente, disfrutando del contacto de su piel. Observando sus marcados pómulos, sus esponjosos labios, las pocas pequitas que recorrían su nariz. Entonces se inclinó y la besó suavemente, no fue un beso acelerado ni mucho menos, fue tierno, algo que hizo sentir a ambos un placentero hormigueo por todo el cuerpo. Al separarse se miraron, en los ojos de ambos se reflejaba el amor que sentían el uno por el otro.

  • Yo… no quiero estropear este romántico momento ni nada, pero… Rowling está volando por encima de nosotros ahora mismo – dijo Ariadna con voz dulce.
  • Si… deberíamos volver a casa, nos espera una guerra. Y no será fácil – terció Isaac.
  • Mientras estemos juntos nada es imposible. – Ariadna lo besó una vez más con ternura.

Rowling estaba ya junto a ellos. El lobo alado de Isaac, con el que compartía un vínculo de nacimiento esperaba pacientemente para llevarlos a casa.

El chico se levantó y le tendió la mano a su novia, que la aceptó tímidamente. Cuando esta se levantó el siguió sosteniendo su mano, cosa que a ella le pareció realmente tierna.

<< Hermanito, veo que te has echado novia >> la voz grave del animal resonó en la cabeza de Isaac.

  • Vaya hermano, yo también me alegro de verte.
  • ¿Qué es lo que ha dicho? – preguntó Ariadna con curiosidad.
  • Nada importante. – le guiñó un ojo y la ayudó a subir al lomo de Rowling.

Tras ella subió él. El negro y suave pelaje del animal resultó muy reconfortante, le hacía pensar que en poco tiempo volvería a estar en casa. Acarició su cabeza y le dijo:

  • Bien colega, volvamos a casa.

 

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